CUENTO INACABADO

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Aunque era apodado el tesalonicense, lo era muy a su pesar, pues no se cansaba de repetir indignado que provenía de Kalamaria, ciudad que, como todo el mundo sabe, aunque comparte bahía y aeropuerto con Salonia, posee historia, nobleza, ralea, méritos y vecinos ilustres suficientes como para ser tenida en cuenta de manera propia. El tesalonicense era escritor de cuentos, pero tenía un desgraciado defecto que no le permitía tener significación en su oficio. Dicha tara le venía de cuando estaba licenciándose en escritor de cuentos por la Universidad de Macedonia y su profesor de la asignatura “Finales de cuentos” murió sin avisar, dejando inconclusa la instrucción de sus alumnos. Así, el cuentista – que era literato estrictamente de academia, con gran ingenio cultivado, pero sin excesivo talento innato-, escribía continuamente cuentos a los que no sabía dotar de final. Por tal razón fue expulsado de su ciudad natal – que, como ya hemos dicho, no era Salonia-, dado que mantenía en un incesante desasosiego a los lectores de sus fábulas. Cuento tras cuento, estos se quedaban con la miel en los labios sin conocer desenlace alguno, lo que los sumía en una zozobra que derivó en inquina justificada contra el autor.
Atormentado, buscaba infructuosamente una fórmula para redondear sus relatos. Por fin, un sospechosamente tranquilo día de abril, encontró lo que podía ser la solución a su desgracia. O eso creía.
Texto seleccionado en el Certamen de Microrrelatos de Signo Editores 2018

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