LA LUZ



Cuando los expertos rusos visitaron por segunda vez la fábrica, el comité de bienvenida fue tan protocolario y poco cordial como en el primer encuentro. El encargado de producción, el director y el delegado industrial del gobierno para la comarca, precedían al grupo ruso por la pasarela que rodeaba a media altura el perímetro de la gigantesca planta de producción. Una inmensa nave diáfana en la que más de cinco mil trabajadoras permanecían abducidas en su interminable tarea de ensamblar miles de piezas de pantalones y camisas que acabarían en los mercados y tiendas del primer mundo. Diez larguísimas mesas de trabajo con dos filas de operarias cada una, se extendían de un extremo a otro de aquel terrorífico monumento a la productividad capitalista. El sonido metálico de las miles de máquinas se fundía en un monótono zumbido que, como el olor químico a tela lo inundaba todo. El sonido, el olor y la luz. Aquella luz. Entre los montones de tela, las trabajadoras como autómatas, no levantaban la vista de su trabajo y no pronunciaban una palabra.
-          Efectivamente, los resultados del departamento del sueño de la Universidad de Molónosov, arrojan unos datos poco tranquilizantes.
El científico ruso trataba de expresarse mediante frases cortas y concisas para facilitar el trabajo del intérprete que traducía a los responsables chinos.
Dos años antes, el departamento del sueño de la universidad rusa se había mostrado muy interesado en un estremecedor caso detectado en aquella fábrica textil. Las autoridades chinas habían accedido a que la universidad enviase a un equipo de expertos en virtud a un convenio por el que intercambiaban derechos mercantiles y de investigación.
En la fábrica de Tengzhou, una de las mayores del país, habían tenido lugar una serie de extraños acontecimientos que tenían preocupadas a las autoridades y a la empresa, más por la trascendencia que la opinión pública podía dar al asunto que por otra cosa. Al principio sólo ocurría a algunas trabajadoras, aunque poco a poco el mal se fue extendiendo. Los primeros síntomas eran pérdida de la memoria a corto plazo, hiperactividad y un acusado insomnio. Los efectos se iban acentuando y las afectadas comenzaban a perder la memoria a medio plazo, a tener alucinaciones para, finalmente, en el plazo de unos diez días desde los primeros síntomas, morir repentinamente. Tras una meticulosa recogida de datos, las conclusiones del equipo científico no tardaron en aflorar. Era la luz. La planta estaba iluminada por miles de tubos fluorescentes que embadurnaban hasta el último milímetro de una potente luz blanca. No había espacio para las sombras, no se podía escapar de aquel resplandor. Tanto era así, que en realidad, dado que unos turnos sucedían a otros y la planta nunca paraba, no existían interruptores para apagar la iluminación. Las trabajadoras permanecían trabajando ininterrumpidamente durante doce horas al día, con la excepción de un descanso de quince minutos para comer y dos paradas de cinco minutos para ir al baño. Estas paradas técnicas las realizaban en compartimentos al efecto dentro de la misma nave, por lo que tampoco podían huir durante los descansos del la luz blanca. Dado el nuevo reglamento aprobado por el sindicato único textil, las trabajadoras podían realizar horas extras y ampliar su jornada hasta las dieciocho horas. Por si fuera poco, la curiosa teoría de los encargados de producción era que a mayor luminosidad en la zona de trabajo, mayor productividad, por lo que habían sustituido las lámparas de 12.000 lúmenes de potencia por otras de 20.000. Los efectos de una luz blanca constante durante horas resultaban demoledores para los ritmos circadianos de quienes la sufrían. Ello daba lugar a una pérdida rápida de la capacidad de alcanzar durante el sueño la fase REM, en la que se produce la restauración cognitiva, el procesado de los recuerdos y la fijación de estos en la memoria. Si los daños eran más agudos se veía afectada también la fase III de sueño o “sueño delta”, en el que se produce la restauración física.  Así, aún llegando a dormir durante un puñado de horas en la sala de literas, también  incluida en la fábrica, las trabajadoras se veían privadas de algunas fases esenciales del sueño y acababan afectadas de forma irreversible por el “Mal de Tengzhou”.
-          En la Universidad hemos decidido denominar este mal con el nombre de su ciudad, como gesto de agradecimiento por su colaboración.
Lo encargados chinos parecían más interesados en impresionar a los científicos con la alta productividad de la fábrica que en las conclusiones médicas del informe. Y aunque hubiese sido de otra forma, el intérprete poseía un dominio del ruso bastante más mediocre de lo que sería necesario para un intercambio fluido de información.
-          Durante el próximo semestre superaremos la tendencia de un aumento del 5% mensual de producción de los últimos años. Además, aplicamos en todas nuestras plantas criterios laborales internacionales y no podrá ver a ningún niño menor de catorce años trabajando en ellas.
El intérprete hacía una libre traducción de lo que escuchaba y los rusos asentían. A lo que los portavoces chinos continuaban con su discurro autocomplaciente.
-          Para aumentar la producción y el bienestar de nuestras trabajadoras hemos instalado una nueva iluminación con más potencia. En vista de los resultados, esa medida se irá implantado en todas las fábricas de la república.
Mientras avanzaban por la pasarela, cientos de barras fluorescentes, algunas con un ligero parpadeo y todas con un eléctrico zumbido iluminaban sin piedad a las miles de trabajadoras que, más abajo trabajaban abducidas y bañadas por la luz blanca.
Ninguna de las dos comitivas conocía la leyenda que otorgaba nombre a la ciudad, hoy uno de los centros neurálgicos de la producción textil barata para occidente. En el lago Zhaoyang, a la vera del que nació la ciudad, vivía un dragón que atemorizaba a los campesinos. Con su luminosa mirada hacía perder la memoria a los que se encontraban con él, vagando errabundos sin dirección concreta el resto de sus vidas. El dragón era conocido como hoy la ciudad: “Tengzhou” , o “La luz que borra los recuerdos”.

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