2014, EL AÑO DE LAS CALENTURAS HONDULANTES.



Relato publicado en diciembre de 2017 en la revista literaria El Fantasma de la Glorieta

Fue un año realmente cargado de infortunios, por lo que todos deseaban que acabase cuanto antes para borrarlo de los anales.  Por un lado, una extraña epidemia de terribles fiebres cuartanas, que aparecían a cada cuatro días, comenzaba a hacer mella entre las personas de hábitos racionales. Las de conductas religiosas u ocultistas, en cambio, se vieron libres de la pandemia. Quizás por el carácter  salutífero de la fe, aunque más probablemente por el precepto religioso que existía desde hacía décadas que consideraba inmoral tomar leche cruda de cabra. Los ateos gustaban de hacer alarde de su condición, por lo que bebían más leche de cabra de la que les apetecía, hecho que no hubiese tenido más trascendencia de no haber estado infectada la cabaña caprina de la comarca con un tipo mortal de calentura ondulante. En unos meses, para regocijo no confesado del sacerdote, la mayoría de los aldeanos con pensamiento empírico se encontraban en el cementerio – curiosamente, el jurisconsulto no se vio afectado-. Por otro lado, había sido un año en el que el cornezuelo del centeno y los rumores infundados florecieron como nunca, propagando la desdicha en la aldea. Para hacer desaparecer el año, por tanto, a un porquero con su ciencia infusa se le ocurrió que alguien calculase la precesión de los equinoccios, la nutación solar y la correspondencia entre el calendario civil y el año trópico y eliminase el año, directamente. Desgraciadamente no existía ya nadie vivo lo suficientemente cabal para desarrollar la sofisticada cábala. Al carnicero, muy ducho en el arte del despiece, se le ocurrió pasar del 2013 directamente al 2015 y los doce meses sobrantes, repartirlos en los diez años siguientes, que pasarían a ser años con trece meses. Ello no convenció a muchos pues, por un lado, se daría el absurdo de llegar a celebrar en 2020 las saturnales  en pleno verano y el carnaval vernal en otoño. Además, alguien recordó que para los antiguos zoroatristas el trece era un número malvado. Esta observación fue considerada como muy acertada por una población especialmente temerosa de realizar juicios cabales, vista la suerte que habían corrido los más racionales.  Por todo ello, de común acuerdo, decidieron zanjar el asunto no hablando ni pensando mucho del año en lo sucesivo. Gracias a esa decisión, el 2014 siempre fue un año muy recordado y mencionado en el lugar.

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