APICIO



Se jactaba Apicio de ser patricio, gastrósofo, epicúreo y excéntrico. Fue muy dado, más que a ninguna otra cosa, a los fogones y al vicio de la gula. Si hacemos caso a la verosímil leyenda, hemos de dar por sentado que dedicó media vida a buscar dónde vivir la otra media. Se recorrió el imperio desde Lusitania hasta el Mar Caspio y desde el Sáhara hasta el Danubio, pidiendo allá adonde hacía parada, los mejores manjares del lugar. A pesar de que en cada fonda se esforzaban por ofrecerle los platos y guisos más refinados y particulares, nunca se sentía satisfecho y continuaba su peregrinar de marmita en perol, dilapidando de paso su fortuna. Un día de verbena llegó a un aldea, precedido por la fama de su inconmensurable glotonería, por lo que los vecinos decidieron no facilitarle ninguna primorosa y selecta exquisitez. Cuando Apicio pidió el mejor plato que pudieran ofrecerle, le dieron una escudilla de lentejas. Sin pensárselo, decidió quedarse a vivir allí pues, según sentenció, no había encontrado hasta entonces sitio con gentes tan cabales.

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